El tiempo en Cáceres

tiempo en Cáceres

miércoles, 27 de marzo de 2013

El pasadizo de la mora

Cuenta la leyenda que cuando las huestes leonesas se encontraban situando Qazris (Cáceres), inaccesible por sus decenas de torres albarranas y corredores (Adarves) en el siglo XIII, todos los intentos resultaron vanos, hasta que el rey Alfonso IX envió una expedición al Kaíd de la fortaleza, que mandaba la ciudad desde el Alcázar. A la cabeza de la expedición iba un apuesto capitán que despertó el amor de la bella hija del Kaíd, quién secretamente le citó esa noche en algún lugar fuera de la muralla. El capitán vió cómo una sirvienta, salía de un pasadizo secreto, que conducía a la habitación de la dama, en el Alcázar. Siempre quedaban allí. El capitán mantuvo un falso amor con la princesa hasta que pudo hacerse con la llave del pasadizo, con el que podrían asaltar definitivamente el Alcázar. El ataque se produjo la víspera de San Jorge, el 23 de abril de 1229. El Kaíd, antes de morir, maldijo a su hija para que se convirtiera en una gallina y viviera siglos y siglos en las galerías de la ciudad, con sus sirvientas convertidas en polluelos. Todos los años, al sonar la primera campanada de las 12 de la noche de la víspera de San Jorge, la gallina y sus 12 polluelos, todas de oro, vagan por las calles para esconderse bajo la ciudad hasta el año siguiente.

Leyenda del Cristo Negro

Este Cristo, al igual que su Cofradía, ha inspirado numerosas leyendas.
Se cree que el origen de la Hermandad está relacionado con la fundación en Portugal, en 1319, de la Orden de Cristo por parte de 20 caballeros templarios, y algunos de la Orden de Alcántara. Quizá el origen de su mala fama proceda de que durante siglos la imagen fue testigo de muchas ejecuciones, porque era mostrada a los ahorcados en sus últimos momentos. De esta forma, se llegó a creer que apenas se le podía mirar y, mucho menos tocar; y quien así lo hiciera moriría. Cuando la imagen salía en procesión, muchos espectadores bajaban el rostro y miraban al suelo por la creencia generalizada de que, los pecadores que mirasen su rostro serían castigados con la ceguera.